La tierra que nos queda (II)




Reproducimos a continuación el texto de Jonathan Allen en
el catálogo: Manuel Ruiz y la tierra que nos queda

   El pintor joven bajó a la costa y subió a las medianías, buscó los parajes menos familiares y persiguió la cruda luz de otoño para descubrir el color oculto de la naturaleza, aquél que vagamente percibimos como distinto, una rama que no es verde y una loma que es azul. Manuel Ruiz se llevaba su caja de pinturas y su caballete. Comenzó una lenta e inacabable exploración física de una tierra, que aunque transformada, era aún más intacta. Manuel Ruiz conoció así la vibrante luz de Gran Canaria, los perfiles de nuestro mundo natural. Mas ese conocimiento, según se perfeccionaba técnicamente, lo comenzó a transformar otra fuerza. El pintor lector conocía la tierra de otros continentes. La literatura le revelaba no sólo otras riquezas locales sino formas universales. Desde entonces Ruiz pinta también lo que lee, lo que ven los ojos de la mente. Encuentra en una isla todos los sentimientos del paisaje, sin límites. Sigue siendo fiel a lo que ve, sigue visitando el lugar, abocetándolo, memorizándolo. Pero los procesos son más complejos y los significados también. Surgen en la memoria, en la añoranza, en el pensamiento.

   La Tierra que nos queda es una celebración del sur y de su agreste geografía, que por lejana y poco amable aún guarda su esencia. No entra en las postales, no atrae a visitantes, es una tierra que no nos necesita y que apenas sabemos apreciar. El pintor nos la traduce, nos la acerca. En ella el viento alcanza su grandeza y fluye como un océano, la distancia altera la percepción, el crepúscu o aflora el color. Son paisajes del alma, como la Fuerteventura de Unamuno, paisajes simbólicos en que debemos buscar no la cosa sino su efecto, no lo concreto sino lo abstracto, imágenes que atrapan la intensidad de la emoción. Nada más lejos de la belleza formal, de las armonías desvirtuadas que aún lastran nuestra idea de la naturaleza. El pintor nos invita a ponderar esas tierras de Juan Grande, esas planicies de Agüimes y a encontrarnos en ella, a reencontrar la esencia.